6 oct 2008

Quién teme sufrir, sufre de temor

“Quien teme sufrir sufre de temor”

Miedos y temores
MS.c Ana Cristina Vargas
http://familyhome.weebly.com

Muchas veces cuando le preguntamos a los adultos, de nuestra cultura, sobre sus temores suelen decir que no le temen a nada. Especialmente, los varones adultos suelen dar esa respuesta. Cuando se les insiste en que traten de hacer contacto con su vida emocional y localicen algún miedo con mucho esfuerzo talvez encuentren uno por ahí.

Bueno, es conocido que, socialmente, a los hombres se les inculca el mandato de ser “fuertes y valientes” en relación a algunas temáticas de la vida aunque ello les signifique duros esfuerzos y una fuerte disociación en cuanto a los correspondientes sentimientos y por tanto, lesiona su capacidad de hacer contacto con su intimidad emocional.

La socialización y formación de las mujeres es distinta. Se nos permite y fomenta el contacto con los sentimientos. Esto parece estar relacionado con el hecho de que se les permite aceptar, con mayor frecuencia, que experimentamos temores.

Sin embargo, es a los niños a quienes se les autoriza, socialmente, a reconocer sus miedos y en muchas ocasiones se les asusta con historias por el simple placer de verlos atemorizados. Entonces parece ser la infancia el periodo de la vida donde los miedos son vistos como naturales y por ello a nadie le extraña que un niño diga o demuestre que tiene miedo. Pareciera que este último pertenece al territorio emocional de los niños y de las mujeres. Será que a los miedos y a los temores se les asocia con debilidad, fragilidad y a su vez estas son atribuidas, erróneamente, a los niños (as) y a las mujeres.

Pero ¿qué se entiende por miedo o temor?. El diccionario de la Enciclopedia Encarta nos dice que miedo es la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. También, nos dice que temor es la pasión del ánimo que produce recelo, aprensión que hace huir o rehusar aquello que se considera daño, arriesgado o peligroso.

Pues la verdad es que todos los seres humanos manejamos miedos. Algunos dirán que temen a las cucarachas, a los sapos, a las arañas, a hablar en público, a no dar la talla, a perder el empleo, a enfermar gravemente y experimentar dolor, al abandono de los seres queridos, etc. Lo deseable es que estos miedos no sean tan intensos e irracionales como para que nos impidan llevar la cotidianeidad de la vida.

También, es esperable que existan diversas escenas a las que temamos. Así sucede en los procesos de la adopción. No solo los niños experimentan fuertes temores sino también los padres que adoptan temen a diversos aspectos relacionados con la nueva experiencia.

Estos suelen temer el ser rechazados por sus nuevos hijos, de no gustarle y que me rechace, de que añore a sus progenitores y no me quiera a mi,
Asimismo, pueden presentar temores asociados con su historia de vida: podré ponerle límites sin maltratarlo, podré ser diferente a mi madre que me abandonó cuando yo era niño (a).

En el caso de los niños que fueron abandonados por los progenitores, que son sobrevivientes de maltrato físico, emocional o sexual o bien que vivieron algunos periodos significativos de su vida en una institución (albergue, hogarcito) con frecuencia experimentan sentimientos encontrados y contradictorios con respecto a ser adoptados y tener padres adoptivos.

Por un lado, lo desean fervientemente pues esto les haría pasar a la categoría de ser iguales a todos los niños que tienen papá y mamá, con todo lo que ello conlleva. Por otro lado, pareciera que quieren que fracase o se interrumpa esta nueva realidad.

Aquí es importante retomar el hecho de que los niños (as) tienden a experimentar miedos y temores asociados con la experiencia de volver a tener y relacionarse con padres. Esta situación les convoca una fuerte inseguridad.

*Miedo en el sentido de experimentar una perturbación angustiosa pues sienten que existe una posibilidad de riesgo o daño real. Por ello, experimentan recelo y aprensión. Temor en el sentido de que su estado de ánimo ante la nueva situación les hacer querer huir o rehusar la misma por considerar que puede causarle daño, que es peligroso o arriesgado; tal y como les ocurrió en tiempos pasados con sus progenitores..

De ahí que, frecuentemente, los niños que se encontraban tranquilos, emocionalmente estables y con sentimientos de pertenencia y seguridad en el hogarcito o el albergue entran en un estado de fuerte ansiedad cuando aparece la oportunidad de contar con unos nuevos padres. Este estado alterado sobreviene, generalmente, después de transcurridos los primeros días de convivencia los cuales suelen ser similares a una “luna de miel” donde todo es satisfactorio.

Después de esta breve fase la mayor parte de los padres adoptivos se sorprenden cuando observan el comportamiento alterado de los niños (as) pues pensaban que por el hecho de tener unos padres y una familia esto daría tranquilidad y un estado de felicidad, diríamos, automático en el niño (a). Se sorprenden de que esto no sea así y empiezan a ponerse en movimiento los miedos de los padres. Empiezan a pensar será que no le gusto como papá o mamá, será que no me va a querer, será que no doy la talla?.

Si los padres se adentran en el territorio de su inseguridad podrían darse situaciones que promueven mayores niveles de inseguridad y temor en los niños; a su vez se podría generar riesgo de interrupción de la adopción.

Es aquí donde se necesita, como en muchos otros futuros momentos, que el padre y la madre adoptiva manejen asertivamente sus miedos, se ubiquen en el lugar del adulto y se coloquen fuertemente en la silla de padre o madre para que con su actitud le brinden seguridad a su hijo o hija.

Si por el contrario, los padres están mal sentados, digamos en la orilla o la punta de la silla ellos tendrían que dedicar parte de su tiempo y energías en mantener su posición. Esto les distraería con respecto a lo que necesitarían hacer en su lugar parental o bien podrían tambalear o caer por un movimiento propio o ajeno.

El asunto es que los niños que suelen ser sujetos de adopción ya experimentaron, en los primeros tiempos de sus vidas, que cuando las cosas no andaban bien los progenitores los abandonaron o maltrataron. En muchos casos los niños internalizaron que ellos tienen alguna responsabilidad de dicho abandono. De ahí que sus miedos iníciales giran en torno a esto. A que los nuevos padres se vuelvan “monstruos malvados” que los maltraten o no los quieran.

En nuestra cultura es común decir, erróneamente, cuando se experimentan conflictos en la relación padres e hijos, “hijo no lo tengo amarrado”. Refiriéndose al hecho de que puede marcharse si así lo desea si no acata las reglas del hogar. Sucede que en los procesos de adopción esto no es recomendable de pronunciar. Aquí el comentario, se convierte en una amenaza real que por tanto se enmarca en el mapa de lo posible. Al niño (a) ya le ocurrió. El incluir nuevamente esta posibilidad le ocasionará un altísimo grado de angustia y, probablemente, se verá impulsado a realizar conductas límites o difíciles, de desafío y prueba de la tolerancia de los padres.

En este punto es necesario considerar que el niño (a) podrá relajarse y su comportamiento se tornará estable, tranquilo y manejable. hasta que logre comprobar que no ocurrirá una situación de abandono, rechazo o maltrato.

Lo anterior, es un pasaje normal dentro del desarrollo evolutivo de un proceso de adopción. Probablemente, será de mayor dificultad si los padres utilizan una amenaza como la que se detalló.

Bueno y por qué suelen hacerlo los padres adoptivos. Por temor. Porque también temen ser rechazados, porque sus miedos giran en torno a ser comparados con los progenitores y salir perdedores en dicha referencia.

Entonces veamos lo que ha resultado de gran utilidad en este tipo de momentos y situaciones. Se considera importante el mostrarle a los niños (as) que existe un verdadero compromiso afectivo hacia él o ella, que ahora es el hijo (a), que es miembro (a) de la familia, que los problemas se resuelven en casa y en la familia sin pensar en retirarse de ella y sobre todo, que existe un amor incondicional para él o ella independiente de su comportamiento. Que se le ama a él o ella. Esto será de gran ayuda para la estabilidad emocional del hijo (a).

¡Claro, esto del amor incondicional es más fácil decirlo que hacerlo!. Cuando un niño escupe a los adultos en público, cuando patea a los otros niños o adultos, cuando grita fuerte y repetidamente por un motivo insignificante y los vecinos piensan que lo “están matando”, cuando dice “yo quiero a mi mamá pero a usted no (el papá) porque es viejo y feo”, cuando se escapa de la escuela y se va caminando solo (a) sin querer subir al carro o cuando dice “si pudiera viviría con mi primera mamá” se requiere de una fuerte motivación y decisión de amar a ese hijo (a) en esta primera fase de ajuste y adaptación familiar.

Por eso, decimos que no es fácil el amor incondicional pero es absolutamente indispensable cuando se trata de un hijo (a). Además, es posible cuando los padres se encuentran preparados, son comprensivos, le explican y acompañan a los niños en el proceso y, sobretodo, no activan sus propios miedos.

Después, de pasados los primeros tiempos del ajuste, los niños podrían experimentar el miedo de que sus nuevos padres mueran, no regresen por ellos a la escuela o la guardería, que no regresen del trabajo y por tanto, los niños (as) temen el verse expuestos nuevamente a quedarse solos.

Estos temores pueden, demostrarlos con conductas difíciles e inesperadas de acuerdo a su edad. Por ejemplo, podrían llegar muy alterados de la escuela sin una razón conocida, podrían desarrollar apego ansioso (no alejarse de los padres en ningún momento ni lugar incluyendo en el interior de la casa) y llorar intensamente porque no desean quedarse en la guardería o el kínder, asumir el ir a la escuela como un castigo, comerse las uñas y querer que sus padres pasen todo el día con ellos.

Cuando se presente alguno de estos comportamientos es necesario que los padres y madres se pregunten e indaguen qué será lo que sucede y no se queden en el solo poner límites; lo cual quizá tengan que hacerlo pero será una tarea secundaria. En muchas ocasiones los padres podrían pensar que se trata de “malos comportamientos” y acuden a las correcciones de la conducta. Sin embargo, aquí interesa, en primer lugar brindar contención afectiva a los niños (as); de tal forma que ellos vuelvan a restituir su sentido de seguridad.

¿Cómo se puede lograr lo anterior?. Cuando profundizamos sobre los sentimientos que originan estos comportamientos. En esas circunstancias solemos encontrarnos con la aparición del miedo a perder los seres amados tal y como sucedió en el pasado.

Estos son miedos lógicos. No son miedos irracionales pues como dijimos les ocurrió en el pasado. Obtener seguridad y apego seguro es un proceso que llevará, a veces, varios años y muchas curitas y vendajes emocionales por parte de los padres hacia su hijo (a) hasta que la herida sane y se convierta en una cicatriz que no causa ninguna molestia significativa.

Por ejemplo, Jorge es un precioso, inteligente y amoroso niño de cinco años. Durante el primer año de convivencia con sus nuevos padres acudió a una escuela donde ellos lo trasladaban personalmente. Sin embargo, al año siguiente fue matriculado en otra escuela que se consideró más apropiada para su desarrollo. Por esta razón, él estuvo muy contento. Sobretodo, estaba fascinado con la idea de viajar en microbús; cosa que hizo alegremente desde el segundo día.

Siempre había viajado en el carro de sus papás de forma totalmente despreocupada. Pero cuando hizo el primer viaje en microbús y encontró a su mamá esperándolo en el portón de la casa se le abrazó a las piernas llorando intensamente. Finalmente, le dijo lo feliz que estaba de volver a verla y de que ella no lo dejara perderse. Ese mismo día memorizó, con lujo de detalles, la dirección exacta de la casa, el número telefónico y los datos de sus padres.

Por su parte, Jesús es un niño con gran capacidad para trabajar y focalizar sobre sus sentimientos. Los vive con gran intensidad y se asustó mucho cuando le sobrevino el pensamiento de que su mamá podría morir. Se preguntó ¿qué sería de mi si eso ocurriera?

Después de algunos fuertes e inesperados berrinches logró decirle a la mamá sobre lo que le atormentaba. Le dijo “si murieras yo tendría que caminar solo”. Logró tranquilizarse cuando la madre asumió el tema con sentido de realidad, sin minimizar, sin exagerar y sin negar la posibilidad.

Le explicó lo comprometida y precavida que es cuando de la seguridad de su hijo se trata. Le explicó que en su testamento ha nombrado a las personas que pueden y han aceptado hacerse cargo de ser sus nuevos padres si eso ocurriera. También, le dijo que sus abuelitos vendrían en su pronto auxilio; de tal manera que no estaría solo en la vida sino que tendría seres que lo amarían y lo acompañarían. Entonces, más tranquilo Jorge dijo: “bueno, tendrían que venir en Jet”. O sea, lo único que falta de esas previsiones es que me asuman de forma inmediata. ¡Este niño es simplemente una maravilla que Dios ha hecho!.

Todo lo anterior apunta a que, en el proceso de construcción de una familia cuya unión original se dio a través de la adopción, tanto los padres como los hijos pasarán por diversos momentos en que aparecerán sentimientos de temor y miedos naturales y propios del proceso que viven. El considerarlos de esta manera, les ayudará a superarlos progresivamente y a ayudarse mutuamente. En especial, serán los padres los llamados a ayudar a los hijos a superar con amor, compresión y conocimientos estos pasajes de su mutua historia personal y familiar..


Bibliografía:
Enc.Encarta.